A las mujeres sensibles les gustan las flores
El sábado pasado escribí una carta desde mi emoción más profunda. Hablé con pasión y conté mi experiencia con devoción, porque así amo la literatura. Si disfrutara de la jardinería, el relato sería igual de interesante. Lo que importa no es el tema, sino el sentimiento.
Vivir con devoción hacia lo que nos hace feliz, conmueve y contagia. Esto es tan cierto como el teorema de Pitágoras.
Decidir rodearte de personas que posean los mismos intereses es muy valioso, porque seguro que cuando se va ampliando el espectro, aumentan los puntos en común y el aprendizaje. Comunicarnos con otros que transitan con igual intensidad la vida, nos llena de pequeñas píldoras de tranquilidad. No estamos solos. En algún lugar del mundo hay otra persona que está transitando las mismas emociones, tal vez un camino idéntico.
Escuchando a otras mujeres con atención, pude comprobar que a muchas nos deleitan las flores. Pueden ser calas, o amapolas, también lirios y azucenas. Nos gusta admirarlas, observarlas abatidas por el viento y aun así radiantes y altivas. Nos conformamos con fotografiarlas para verlas una y mil veces si no tenemos ninguna cerca de manera real.
Las colocamos en floreros, nos adornamos el pelo con ellas. Las lucimos, porque nos hacen sentir que la belleza es alcanzable.
Envuelta en mi reconocido romanticismo, sufro cuando al acto de regalar flores se lo trata como un insulto a la femineidad. Mi espíritu soñador se regodea tanto con la energía de dar y recibir, que no entiendo de malas intenciones hasta que me explotan en la cara.
El hecho es que cuanto más nos permitimos dejar expuestos el corazón, la piel y el alma, más intensificamos la capacidad de disfrutar de las cosas pequeñas y a la vez significativas. En el acto de detenernos antes la inconmensurable simpleza de una flor, nos estamos permitiendo profundizar en la armonía, en lo etéreo, en la delicadeza de ser.
Hay que tener, al menos, una pasión y depositarla en la naturaleza, en sabores, en la música, en la literatura. En espacios donde la mente se despeje de los malos pensamientos.
En ese lugar en el que la pasión nos deja como suspendidos, hay que construir el refugio para los días de tormentas oscuras, de los momentos difíciles que luego nos dejan más de una conclusión.