La unión de signos
La primavera estaba haciendo acto de presencia. Días más largos, el sol tibio que cobraba fuerza, las flores explotando por todos los rincones, y la brisa cálida invitaba a despojarse de los abrigos a media mañana. Sin embargo, la tarde se fue oscureciendo de a poco y una seguidilla de truenos alertó sobre la inminente lluvia.
Este contexto me llevó a recluirme en los pensamientos que dieron miles de vueltas por mi cabeza durante días. Rumiar temas de tanta profundidad es más propicio en tiempos lluviosos, supongo.
Una especie de melancolía me transportó al pasado. Volvieron a mí escenas de mi infancia temprana, y se hicieron eco de mi actualidad.
Con una interesante pila de libros en plena lectura y viajando a aquellos días donde descubrí la avaricia por aprender a leer, recordé las tardes en las que mi papá disfrutaba de su tiempo de desgranar las noticias de un diario de edición vespertina. Se metía con tanta dedicación entre las letras que yo deseaba hacer lo mismo.
Así me enseñó el sonido de las sílabas y el significado de la pasión. Me heredó esas ganas de vivir mil vidas y me dejó un legado que intentaré desparramar por el mundo para compartir esta sensación de libertad que suelen brindar las páginas de los libros. Me invitó a insistir una y mil veces hasta que descifré la magia de encontrar significado a la unión premeditada de signos y símbolos y así lograr sumergirme en el pensamiento de otros.
Entonces comprobé que dentro de los márgenes de una hoja de papel, se encierran las emociones, el dolor, los valores, el odio y el amor. Experimenté la empatía y me transformé de mil maneras diferentes.
Aquellas tardes de aprendizaje volvieron hoy, en medio de la lluvia y me dejaron un sabor nostálgico en la boca. Descubrí que extrañaba la compañía de mi padre y que los libros me acercan a esa época de hambre de sabiduría.
A él le gustaba mucho leer. Yo soy una lectora feroz porque descubrí que la lectura es la mejor alternativa para sentirme valiente, libre, poderosa.
La relación con mi padre fue cambiante y, por momentos silenciosa. Al escribir esta carta, intento homenajear aquellos instantes en los que, sentados uno al lado del otro, compartimos el mejor modo de comunicación, un vínculo indestructible y un compromiso que nos hizo felices a nuestra manera.